jueves, 9 de febrero de 2012

Elección presidencial

Aunque pueda parecer un problema trivial la elección de un sólo cargo, al no entrañar la dificultad de trasladar las proporciones, no es así.

Hemos visto al principio del blog cómo en los Estados Unidos puede ostentar la presidencia el segundo candidato más votado a costa del que ha obtenido más de la mitad de los votos, debido a los múltiples distritos.

Una forma de impedir esto podría ser la elección directa del Presidente, por parte del pueblo, sin que medien los delegados de distrito. Sin embargo, si hay más de 2 candidatos, surge un problema: ¿Que ocurre cuando ninguno obtiene más de la mitad de los votos? ¿Debe proclamarse vencedor al más votado? ¿Debe permitirse a los candidatos pactar entre ellos tras las elecciones para transferirse votos? El problema de proclamar vencedor al candidato más votado es que puede ocurrir que alguien (A) con el 15% de los votos, por ejemplo, cuente con la oposición del 85% que consideren a este candidato como el peor de los posibles. ¿Debería haber adivinado ese 85% de votantes cual iba a ser la opción más votada a parte de A para apoyarla y no desperdiciar votos apoyando terceras opciones? En este caso la ley de lemas descrita en la entrada anterior no resuelve el problema, pues puede haber más de 2 lemas y no llegar ninguno a la mitad de los votos.

Una de las posibles alternativas es el voto indirecto (mediante delegados) pero con un sistema proporcional en vez de utilizar distritos. El nuevo problema es que, siendo una votación indirecta, puede ocurrir que no todos los votantes de un partido estén de acuerdo en el orden de preferencias para traspasar sus votos a los candidatos de otro partido.

Pongamos por ejemplo que A obtiene el 40% de los votos, B el 35% y C el 25%. C tendría ahora la posibilidad de elegir entre A y B. Aún suponiendo que tome la decisión contentando a la mayoría de sus votantes, cabe la posibilidad de que el 55% de estos prefiera a B y el 45% a A, ¿debe gobernar B? Observese que si el reparto de los delegados (supongamos que C dispone de 2.500 de un total de 10.000) es proporcional al gusto de los votantes de C, irían 1.125 para A y 1.375 para B, es decir, A reuniría 5.125 delegados frente a los 4.875 de B.

Se puede evitar que los votantes se sientan traicionados por los delegados del partido que votaron, si previamente este hace público su orden de preferencias respecto de los demás candidatos. Es lo mismo que si se prescinde de los delegados y los candidatos anuncian previamente a quien apoyarán de no ser ellos uno de los más votados. Sin embargo, puede ocurrir que alguien prefiera al candidato C sobre los otros, pero prefiera a A sobre B. ¿Debe votar a C con el deseo de que gane las elecciones o a A temiendo que C quede en tercer lugar y le entregue sus votos a B?

Otra de las alternativas es el método de Condorcet, donde cada votante ordena a los candidatos en función de sus preferencias. Hecho esto, se comparan los candidatos de dos en dos y en el caso de que uno de ellos gane a los demás en cada confrontación es proclamado Presidente. El problema es que este sistema no siempre da un ganador, puede ocurrir que los votantes prefieran a A sobre B, a B sobre C y a C sobre A.

Se puede reformar este sistema para que otorgue siempre un ganador, confrontando candidatos al azar y eliminado al perdedor hasta que sólo quede uno. El nuevo problema es que este sistema depende del orden en el que se tomen los candidatos y, por tanto, del azar. Para entenderlo mejor lo aplicaré al ejemplo anterior: A vence a B, tomamos C, que derrota a A, por lo que C es el ganador. Pero si en vez de empezar con A y B, empezamos con B y C, queda eliminado C y A derrota a B, por lo que el ganador es A. Del mismo modo, si hubiésemos empezado con A y C, ganaría B.

También se podría confrontar a todos los candidatos de dos en dos y proclamar vencedor al que más confrontaciones haya ganado, pero además de producir empates fácilmente existe el contratiempo de que no se tiene en cuenta si las victorias han sido por muchos votos o por pocos, con lo que un candidato un poco más querido que otros tres, puede pasar por delante de otro mucho más querido que él.

Otra idea parecida es el recuento Borda, donde también se ordenan los candidatos por preferencia y se otorgan 0 puntos al último, 1 al penúltimo... y el máximo al primero. Se declara vencedor al que más puntos tiene. Este sistema trata de conseguir que el ganador sea un candidato que no caiga excesivamente mal a nadie aunque no emocione a ninguno. El gran problema de este sistema es que trata de medir lo incuantificable, pues es posible que unos den gran preferencia al segundo sobre el tercero y otros le den una importancia mínima, podría ser que un candidato sea odiado por los que lo han puesto en último lugar mientras los que le han puesto en primero sienten una ligera preferencia por él.

Una variante de esto permite puntuar a los candidatos presentados del 0 al 10, de modo que cada elector pueda transmitir no sólo su preferencia sino la cuantía de la misma, cuanto prefiere a uno sobre otro. El problema es que requeriría de una sinceridad plena de todos los votantes, es decir, existe la posibilidad de que alguien sienta una ligera preferencia por el candidato A sobre el B pero le ponga un 10 al primero y un 0 al otro, a fin de asegurarse la elección de su preferido, cuando realmente debería ponerles un 5 y un 4.

La última alternativa que mencionaré es la más común, añadir más vueltas a la elección presidencial. Volvamos al ejemplo en que A obtiene el 40% de los votos, B el 35% y C el 25%. En esta situación se puede hacer una segunda votación con los 2 más votados para permitir que los votantes de C se decanten por alguno de ellos. Esto es lo que se conoce como sistema a 2 vueltas, que impide que el candidato más odiado acceda a la presidencia como sucedía en el primer ejemplo. Sin embargo, he aquí un caso real de un sistema a 2 vueltas, la elección presidencial en Perú:


Ollanta Humala obtuvo 4.643.064 votos, Keiko Fujimori 3.449.595, Pedro Pablo Kuczynski 2.711.450, Alejandro Toledo 2.289.561 y Luis Castañeda Lossio 1.440.143. De estos 5 candidatos (los demás obtuvieron resultados casi simbólicos), los 3 últimos son muy parecidos entre sí, mientras que los 2 primeros son los extremos políticos. Así, los peruanos tuvieron que elegir en segunda vuelta ente un extremo u otro y se decantaron por Humala (7.937.704 votos) frente a Fujimori (7.490.647). Con lo que obtuvo la presidencia el segundo más odiado de todos los candidatos.

Para impedir esto se pueden hacer 3 vueltas, en el caso anterior habrían pasado los 3 más votados a la segunda vuelta y, presumiblemente, Humala y Kuczynski (quien recibiría los votos de los eliminados) a la tercera, por lo que el presidente sería Kuczynski, un resultado más acorde a los deseos peruanos.

Nuevamente, puede repetirse el problema anterior con 3 candidatos (supongamos que los 3 más votados son un fanático religioso, un candidato que propone eliminar a los ancianos y otro que propone vender el país en una subasta), por lo que se podría añadir una cuarta vuelta... y así indefinidamente.

La forma de realizar todas las vueltas necesarias en un sola votación es el denominado voto preferencial transferible. Este procedimiento es parecido al de Conorcet (o al recuento Borda), consiste en que el elector ordene los candidatos en función de sus preferencias (el que votaría en primer lugar, el que votaría si no estuviese este...). A la hora del recuento se mira solamente la primera opción de cada elector (en principio) y se elimina al candidato menos votado, con las mismas papeletas se reinicia el recuento (como si de una segunda vuelta se tratara) mirando la segunda opción en aquellas papeletas en las que la primera es el candidato eliminado, hecho esto se elimina nuevamente al menos votado y se va repitiendo el proceso descrito hasta que sólo quede un candidato (o hasta que uno de ellos supere la mitad de los votos).

Esto proceso no sólo supone una votación con todas las vueltas necesarias celebradas simultáneamente, también es una mejora de uno de los sistemas que mencioné al principio en que los candidatos decían desde el principio a quien entregarían sus votos (en este caso no es necesario que los candidatos se pronuncien), sólo que ahora el votante no tiene que elegir entre los órdenes de preferencias de los candidatos sino que utiliza el suyo propio al margen del candidato votado. Además, a diferencia del sistema de Condorcet, produce siempre un ganador (salvo en el rarísimo caso de empate, para el que todos los sistemas electorales deben tener fórmulas de desempate), no depende del azar y tiene en cuenta los votos de cada partido, no sólo las victorias de un partido sobre otro. Tiene la desventaja, con respecto al recuento Borda, de que no tiene en cuenta la cuantía de la preferencia (cosa imposible de medir también con Borda por requerir una sinceridad plena) sino sólo la preferencia, pero la ventaja de que no requiere de buenas intenciones para funcionar.

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